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Pequeña historia del Camino (Primera parte)


La historia es bien conocida. El apóstol viaja a Hispania tras la muerte del Señor, funda las primeras iglesias de la península y consigue miles de conversiones. Tras su retorno es decapitado en Jerusalén, 44 d C., y sus discípulos trasladan sus restos a Galicia donde permanece oculto hasta su milagrosa aparición: la Inventio.


La tradición sitúa la fecha en el año 813, sin duda para hacerla coincidir con el reinado de Carlomagno, muerto en 814, a quien la mitología francesa hace testigo del momento; aunque los expertos la fijan hacia 829. Lo narra la Concordia de Antealtares: “el bienaventurado Apóstol Santiago, degollado en Jerusalén y llevado por sus discípulos a Joppe, después de algún tiempo fue trasladado por el mar al extremo de Hispania, guiado por la mano de Dios, y fue sepultado en el extremo de Gallecia, […] el obispo de Iria Teodomiro encontró el sepulcro del bienaventurado Apóstol”.


Tal vez no sea casual que los primeros cronistas de la vida de Carlomagno escriban sus anales en los mismos años. Así pues, la mitificación del mundo carolingio, la derrota de Roncesvalles y la muerte de los héroes franceses, se trenza con el nacimiento de la peregrinación jacobea en una fusión duradera en la literatura y en el tiempo. Desde los primeros peregrinos, de Gotescalco hasta hoy.


En la primera mitad del siglo XII nacen la Chanson de Roland y el Liber Sancti Iacobi, que funden ya de forma definitiva la épica de Carlomagno con la peregrinación a Compostela. Imposible resumir la cantidad de obras que la literatura francesa, en langue d’oil o en langue d’oc dedica a esta íntima relación, a la llamada Matiere de France; con resonancias incontables en la literatura española, portuguesa, italiana, germánica, inglesa, galesa, neerlandesa, noruega, sueca, danesa, feroesa…


“¡Mala la visteis, franceses, la caza de Roncesvalles!

Don Carlos perdió la honra, murieron los doce Pares,

cativaron a Guarinos almirante de las mares”

cuenta y canta el Romancero.


A partir del siglo XVI la peregrinación decae. Sin duda el nacimiento del protestantismo y el descubrimiento de América, que elimina la condición de fin del mundo conocido para Finsterre, son factores determinantes, pero no es desdeñable el hecho de que las letras francesas abandonen el cultivo de la Materia de Francia para orientarse hacia otras fuentes de inspiración.


Durante el siglo XVI y el llamado Grand Siecle (1610- 1715) los autores franceses se nutren de temas de la mitología grecolatina, bíblica, e incluso de la temática derivada del teatro del Siglo de Oro español, del Romancero o las leyendas castellanas. Y esta ausencia va a continuar en los salones précieux y galants, así como entre moralistes, libertins, librepenseurs, philosophes, encyclopédistes...


En tanto en otros países, Italia, Portugal…, y especialmente en España, la Materia de Francia, transformada ya en Materia de Roncesvalles, alrededor de la figura heroica de Bernardo del Carpio, persiste en la literatura popular y culta, en romances y cantares, en libros y teatros: Lope y Cervantes, Quevedo y Tirso, Góngora y el padre Mariana, Guillén de Castro, Francisco de Rojas… Y así en el XVI, el XVII, el XVIII, el XIX…


Hay que aguardar a que con la llegada del Romanticismo la dulce Francia vuelva de nuevo sus ojos a la Edad Media, porque como escribirá Charles Peguy, l’histoire est une résurrection: Charles Hubert Millevoye, Alfred de Vigny, Víctor Hugo, Luis Duhalde d’Espelette, Léon Laurent-Pichat, Joseph Autran, Leconte de Lisle… Y así, mientras la Antigüedad griega se borra, emerge la evocación legendaria o histórica de lo medieval.


En 1840, Augustin Thierry, con Récits des temps mérovingiens, retorna a los orígenes nacionales; y a la vez comienza a editarse l'Histoire de France de Jules Michelet, que abre el primero de sus 19 tomos con la historia antigua hasta la muerte de Carlomagno; y también Histoire de France, de Henri Martin, una formidable obra en 13 volúmenes (1833-1836). Todos con notable impulso patriótico orientado a recuperar el pasado nacional y a fundar, bajo el patronato del ministro François Guizot, la Société de l'histoire de France. Y es que, como diría William Faulkner, el pasado nunca acaba de pasar.



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